La caza de los capullos está vigente hasta el fin de los tiempos.
Me han contado que cuando encuentran uno,
se los comen y otros se los injertan en sus cuerpos.
Pocos prefieren lo tibio, lo agridulce, lo intermitente.
Los capullos escuchan, ahí quietitos en su dolor.
Ellos saben todo.
Prometen venganza a sus caídos,
prometen rebelión cuando su metamorfosis finalice.
Extienden sus dedos textura de placenta,
los extienden para alcanzar el cielo y bajar estrellas para preguntarles
sobre su existencia.
Ellos no saben nada.
Lloran para adentro,
cantan con los ojos,
y gozan de libertades pecadoras.
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