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viernes, 8 de noviembre de 2013

De lo cotidiano, lo clandestino.

Hoy cuando compraba en el mercado,
de alguna manera te colaste en el mandado.
Me fui a casa sin darle mucha importancia.

Recuerdo tu barba mientras los pelos de elote se me pegan en las manos al lavarlos.
Las manos son sabias (memorizan todo diez veces más fuerte);
me miran preocupadas y les respondo: "todo bien, gracias" .

Abro el refrigerador y el foco parpadea moribundo.
"Tengo que reparar eso" -pienso-.
Allí, al fondo encontré tus labios en almíbar,
"tengo que comerme eso" -digo-.

Me asomo a la licuadora para mezclar los ingredientes;
se trituran uno a uno en medio de un remolino
que nace, crece, se reproduce y muere en cuestión de segundos.
(Sí, así como nosotros).

Comeré ensalada, ya ves dicen que es sana.
Tiraré el corazón de la lechuga porque dicen que no sirve para nada.
Aunque...A ti no te gusta desperdiciar
¿Y si te hago una nieve raspada?

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