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La noche transcurre luciendo soberbia y espera ser plasmada por algún bohemio cruzando la avenida. La lluvia ha quedado exhausta después de hacerle el amor a la ciudad y el café comienza a calentar la boca de una mujer insatisfecha.
Tú, mientras tanto, proclamas al misterio como la mejor amante y te diriges fusionando la nada en el todo, esperando que en el trayecto se cruce algún femenino giro de guión, porque estás alerta, sigiloso, penetrante, calculador, porque nunca se sabe cuando pueda ser la oportunidad de convertirse en calefacción de la habitación de un motel.
Te detienes delante de una vitrina y cuestionas los estereotipos. En tu bolso izquierdo un cigarrillo pide salir a tomar un poco de tu aire. Accedes. El silencio se vuelca en tu contra y te amenaza, te confunde. Giras para asegurarte que la evolución ha hecho su trabajo y te ha convertido en un hombre viril, mientras el eco de la palabra miedo resuena. No hay nadie, a excepción de un gato negro acompañándote en la acera de enfrente. Pisas la colilla de cigarro y te marchas a ningún lado nuevamente. Dos animales haciéndose compañía.
No deja de mirarte por alguna razón, no te incomoda, te confunde a tal punto que le preguntas en voz alta que desea. Pero solo es un gato, y tú solo eres un hombre con paranoia crítica. Él camina y tú maúllas.
Una luz fosforescente los encandila, tú observas y él averigua por la calle trasera. Dice: "Abierto" -tienes hambre- y decides entrar a saquear lo que dicte tu economía. Te sientas e instantáneamente te elevas, tu giro de guión está a dos mesas de distancia, tu semblante abstracto se convierte en algo visualmente digerible. Ella no tiene nombre, ni dirección, ni edad, ni vida. La observas, y te confunde su belleza felina. La deseas cada segundo más, hasta sentir que te sofocas. La mesera -quien te encandila con su energía- toma tu orden y se marcha. Concéntrate, juguemos dos de tres. Ella se ha vestido para matar y te desprecia al momento que te nota en la habitación -la deseas con más fuerza-.
Transcurre el tiempo, y el silencio comienza a seducirle. La observas con doctorado, le dejas ver en tu pupila -a modo premonitorio- las posibilidades en como terminar esa noche. Tu café llega, y entonces ella se interesa de modo impulsivo en ti. Vuelva a confundirte, vuelve a excitarte. Se pone de pie y su actitud te intimida. Se sienta en tu mesa.
Hacen un recorrido fugaz por el universo con sus pupilas, su mano derrumba tu muro y toma tu vaso de café para pasearlo suavemente por las yemas de sus dedos, poco a poco lo eleva con erotismo hacia sus labios que se hinchan con tu perfume, te caza con su mirada y finalmente bebe un sorbo. Desciende la taza con un recordatorio "rojo carmesí" en la orilla. Silencio. Se levanta y se arrastra pútridamente hacia la salida.
Bebes un sorbo...El café nunca estuvo caliente.
me encanta la manera en que escribes Moon, y como se lo dije a Paulina, algo que agradezco mucho a la vida es el poder conocer a gente talentosa, que mediante el arte, demuestran la enorme sensibilidad que les hace ser mas que personas, hermosos seres humanos.
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