*Una tarea que hice para mi taller de redacción que me gustaría compartir; en éste, mi mundo paralelo*
Nunca he sido buena
expresando mis sentimientos; situación que se me cuestiona constantemente,
alegando que es difícil de creer por el hecho de que soy mujer.
Cuando era niña,
inventé mi propio sistema de comunicación: escribir cartas sobre lo que sentía
y pegarlas en la puerta de mi habitación. Mis padres las leían, se hacían
conscientes de mis sentimientos y después, me pedían entrar para conversar. Hasta
la fecha no sé de donde aprendí eso, pero me gusta pensar que lo tengo en la
sangre.
Escribir se ha
convertido en una ramificación de mi espíritu, en un acto impulsivo y sincero
donde me encuentro renovada, un eterno mundo de segundas oportunidades. Las
letras jamás me han juzgado, al contrario; siempre me reciben con los brazos
abiertos y con una calidez similar a la que se siente al ver el rostro de un
viejo amigo.
Papá Guillermo -mi
abuelito–, era escritor. Recuerdo que ir a su casa era toda una experiencia
sensorial. Desde que entraba a la cochera ya podía escuchar su tecleo vibrante
y excitado, desbordándose en la máquina de escribir. Conforme te introducías en
la casa, se olía su cigarro y finalmente -si te asomabas con sigilo-, lo
encontrabas encorvado, siendo absorbido por ése otro mundo que solo él conocía.
Siempre lo recuerdo como una bellísima y enigmática pintura; tan ensimismado
por el amor a las letras… Una postal extraordinaria.
Todas éstas imágenes a
tan corta edad, me marcaron de sobremanera y aunque no comprendía exactamente a
lo que se dedicaba mi abuelo, podía vibrar con él ésa pasión (Siempre hemos
sido equipo).
Escribir es un acto reflejo
para mí. Una proyección de mis antepasados, un tributo, un sello personal, un
poderoso universo de esencias que se mezclan y efervecen. Conforme pasan los
años me convenzo cada vez más de que, las palabras me han salvado y si existiera
una religión, yo sería –sin temor a equivocarme- una fanática religiosa.
Creo que es un arma de
dos filos; canalizarme en letras en vez de hablar de lo que siento. Me funcionó
de niña, me funcionó para lidiar con los cambios brutales de la adolescencia;
también después de que mi hermano muriera y ahora me apoya en mis dilemas
existenciales de veinteañera.
Necesito de las letras
y ellas necesitan de mí. Adoro nuestro cortejo, nuestro compromiso y nuestro
infinito amor. Me encanta que me griten de madrugada y me pidan ser plasmadas.
Bien dice Albert Camus: “La libertad no es nada más que, una
oportunidad para ser mejor.”
Para mí, escribir va de la mano
con éste concepto. Los orgasmos emocionales alcanzados en un texto, significan
un paso más cercano hacia la libertad. Escribir en dado caso, es la terapia por
excelencia. El lugar a donde acudimos quienes deseamos desprendernos y
conectarnos con nuestro génesis.
Las letras me hacen ser quien
soy, está arraigado en mis entrañas; en el lado más oscuro de mi corazón. Me
confronta para reconocer mis errores, pero me ayuda a sobrellevarlos. Sé que no
es casualidad y sigo buscando la razón por la que las letras se han metido en
mi piel tan profundamente que ya no distingo quien es quien.
Mientras encuentro las razones…Continuaré
amándonos.
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