Es como si todo el tiempo estuviera equivocándome.
Es como si te decepcionara una y otra ves que fuera humana y cometiera errores.
Es como si te decepcionara una y otra ves que fuera humana y cometiera errores.
Se siente como que pasas tragos amargos con cada palabra que no ha sido pronunciada de la mejor manera.
Se siente como una presión por ser y hacer y vivir en la coherencia
(¡yo! ¡yo que vengo de la rehabilitación impulsiva!).
Me dueles en niveles que no vislumbras entre la ciencia y el orgullo,
entre el pasado pesado, presente ausente.
Me dueles y te duelo cuando me caigo de un supuesto pedestal y reiteras con onomatopeyas que debo volver a subir o encontrar la manera de hacerlo.
Y me miras y callas y suspiras y los suspiros no alcanzan para expresar todo el charco negro que tienes en lugar de sangre.
No te alcanza el tiempo para picarte las venas con la aguja imaginaria de los límites que te darán consuelo.
Me matas lentamente, entre el rojo vivo de un herradero y el azul más escalofriante de un polo opuesto.
Se me achica el corazón,
se me revienta algo -no sé qué- pero algo siempre se revienta.
Las venas se mueven como serpientes hambrientas,
cuando por las noches, mis dedos congelados no encuentran a los tuyos para refugiarse en el amor que se da en intermitencias oníricas.
Se me sale la baba por las palabras calladas que,
cuando te marchas me ahogan con el efecto boomerang.
El oído me sigue doliendo con esos ecos que hacen huecos.
Mi boca te ha declarado la guerra hasta que podamos arreglar
las deudas, promesas, carencias, urgencias, ambivalencias.
¿Ves?
Esto pasa cuando soy tan clara que ya no soy ninguna (Spinetta).
¿Ves?
¡Me estoy hiriendo loca!